Cada cosa que nos llevamos a la boca tiene un sabor característico que nos hace saber qué es lo que estamos comiendo y nos ayuda a saber cuándo algo está vencido y es mejor escupirlo. Se conocen cinco sabores básicos: dulce, salado, amargo, ácido y umami.
Los sabores dependen de la cantidad de ciertas moléculas que formen la comida, por esto las cosas con azúcar se sienten dulces y las con sal saladas.
El limón, al igual que otras frutas como las naranjas, mandarinas, pomelos, algunos tipos de manzanas y kiwis pertenecen a un grupo de frutas llamado cítricos que se caracterizan por tener un sabor ácido debido a que contienen en su pulpa ácido cítrico el cual, como bien dice su nombre, es un ácido. Existen otros productos que también tienen este tipo de sabor como es el caso del vinagre y algunos productos lácteos fermentados pero su acidez viene de otras moléculas.
Sentimos este sabor tan característico debido a que en nuestra lengua tenemos unos bultitos que corresponden a las papilas gustativas o también llamadas receptores gustativos. Si quieres verlas te invito a que te acerques a un espejo, saques la lengua y busques en ella unas arruguitas o puntitos muy pequeños que se ubican en toda la parte de arriba de tu lengua. Son más pequeñitos cerca de la punta de la lengua y más grandes cerca de la garganta.
Entonces, lo que pasa cuando nos metemos un pedacito de limón a la boca es que, al masticarlo y triturarlo con los dientes, hacemos que las moléculas que forman al limón se extiendan por nuestra boca cubriendo nuestra lengua donde están las famosas papilas gustativas que reciben la información de estas moléculas y la mandan al cerebro donde le dicen “¡oye, esto que está en la boca es ácido!”. Todo este proceso ocurre muy rápido, en menos de unos segundos y es ahí cuando empezamos a arrugar un poco la boca porque sentimos el sabor ácido del limón.
